El «artificio» se impone sobre lo «recibido»
10 mayo 2015
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Por quinta
vez, el Centro Cultural de Milán ha levado a la capital lombarda
a Alain Finkielkraut, y nosotros hemos aprovechado la ocasión para
hacerle una entrevista cara a cara que el filósofo, igual que nosotros,
prefiere respecto a las entrevistas telefónicas. Su conferencia, Cada
cosa es un acontecimiento. ¿Se puede vivir así? Recomencemos desde Péguy.
Un mundo prostitucional
El catálogo
de la exposición por el centenario de Charles Péguy presentada en el
último Meeting de Rimini incluía una larga entrevista a
Finkielkraut. Asombra un pasaje que no podemos dejar de recordar: «Nuestro
mundo no es "prostitucional" por lujuria; la prostitución
es la intercambiabilidad de todas las cosas, es decir, todo se convierte en
maleable, por lo tanto todo está disponible. El peligro de todo esto es
que este "poner a disposición" tiene algo que es muy gratificante,
procura mucho placer, es voluptuoso, excitante y, al mismo tiempo, satisface
en nosotros el deseo de igualdad; ya no hay diferencias y, por consiguiente,
no hay jerarquía. Entramos en el mundo de lo indiferenciado y la igualdad
suprema es el reino de lo símil. Puedo citar, haciendo eco a Péguy, esta
frase de un filósofo francés contemporáneo, Jean-Claude Milner:
“El nucleo duro de la imposibilidad de transformar se desmorona cada
día". He aquí la realidad y tenemos pruebas de ello a diario».
Al caer la diferencia, "lo recibido" cede frente al "artificio"
Según
Finkielkraut, «lo que se está llevando a cabo no es una victoria de la
diferencia, sino "sobre" la diferencia; porque la
diferencia es lo que yo no puedo ser, lo que es irreducible, eso de lo que no
puedo apropiarme. Con la disminución de todas las resistencias yo, en
cambio, puedo apropiarme de lo que quiero, puedo convertirme en lo
que quiero. Péguy había previsto este mundo: la parte "dada"
tiende a desaparecer en favor del artificio humano. Y en virtud de esto
nosotros seguimos razonando en términos de progreso. Hoy nos esforzamos en
poner límites, pero es posible y probable que no lo consigamos, porque este
"ponerse a disposición" generalizado tiene la pretensión de llenar
la espera y colmar aspiraciones muy fuertes».
La entrevista
Hace unos
días el "inmortal" de la Academia Francesa concedió una entrevista
al periódicoIl Giornale y también aquí hay un pasaje del que uno
se puede enamorar. Ese en el que dice: «El filósofo Gómez
Dávila ha dicho que el alma culta es esa que en el ruido de los
vivos no trunca la música de los muertos. Con las nuevas tecnologías el ruido
de los vivos alcanza el paroxismo. Todos se conectan a cada instante. En
cambio, para escuchar la música de los muertos hay que desconectarse». Una
vez dicho todo esto, he aquí el interesante intercambio de ideas con Tempi.
-Usted ha
dicho que las palabras del presidente turco sobre el genocidio armenio nos
hacen entender que el islamismo moderado, del que Erdogan debería ser el
máximo representante, es un bluf. Pero tampoco los jóvenes turcos laicos del
pasado reconocían el genocidio armenio. ¿Qué significa?
-El
nacionalismo turco tiene distintos rostros, tiene uno religioso y uno laico.
Pero está claro que el gobierno actual quiere hacer volver el espíritu
otomano y no tiene intención de dejar espacio alguno a la autocrítica de su
historia. Antes del genocidio armeno hubo masacres en 1896 que conmovieron a
la opinión pública mundial de la época, sobre todo en Francia, en especial a
Jaurès y Péguy. El actual gobierno turco no quiere responder de ellos: esta
incapacidad de tomar la mínima distancia respecto al propio pasado es
extremadamente inquietante. Y es una ulterior razón para poner en duda la
moderación ostentada por Erdogan, que apoya a los islamistas más radicales;
los ha apoyado en Siria y en Iraq. Ha roto la antigua alianza con Israel y
creo que su rechazo en reconocer el genocidio armenio, después de tímidos
signos de apertura en el pasado, tiene que ver con una actitud arrogante e
imperialista.
-Hace un
año le entrevisté sobre los temas de su libro L´identité malheureusey
usted me dijo que en lo que respecta a la convivencia social, es necesario
encontrar un camino entre lo políticamente correcto y lo políticamente
abyecto. Un año después, encontrar esta tercera vía parece cada vez más
urgente. ¿Qué sugeriría usted, que tenga un sentido ético y político?
-Frente al
inmenso cambio demográfico y cultural que la golpea, Europa puede caer en la
tentación de las horribles simplificaciones del racismo, corriendo el riesgo
de hacer pagar a esos emigrantes que han elegido la vía de la integración en
la civilización europea las acciones de los que han elegido la vía del
enfrentamiento. Lo políticamente abyecto consiste en esto. Por otra parte,
amenaza continuamente con la vuelta de los viejos demonios para impedir que
Europa no sólo se defienda, sino que tome conciencia de lo que le sucede.
Esta es la razón por lo que es tan necesario, y cansado al mismo tiempo,
luchar incesantemente en estos dos frentes.
-En una
entrevista de hace algún tiempo en Francia, usted dijo que «el pensamiento es
la aventura de lo involuntario». Hace unos meses Margarethe Von Trotta, la
directora de cine alemana que ha rodado la película sobre Hannah Arendt,
habló en el Centro Cultural de Milán y dijo que hoy todos somos pequeños
Eichmann porque, como decía Hannah Arendt a propósito de Eichmann, nosotros
no pensamos, nos falta el pensamiento. Efectivamente, cuando escuchamos los
discursos, opuestos, de la extrema derecha y de la izquierda radical-chic
sobre la cuestión de los emigrados, o el discurso dominante sobre las
reivindicaciones de los militantes LGBT, no escuchamos nunca expresiones de
pensamiento sino únicamente demagogia, sentimentalismo, eslóganes e insultos
contras los anticonformistas. ¿Qué significa, entonces, “lo involuntario del
pensamiento”?
-Cuando
hablaba de lo involuntario del pensamiento me refería a las reflexiones que
hacía Gilles Deleuze partiendo de Proust: a menudo el pensamiento se pone en
marcha desde el exterior. Es el despertar del individuo de este torpor
natural. En lo que concierne a lo que usted plantea en la pregunta, quiero
decir ante todo que no es necesario jugar con comparaciones históricas.
Dejemos a Eichmann allí donde se encuentre. No estoy seguro de que Hannah
Arendt tuviera razón cuando decía que éste se dedicaba exclusivamente a su
tarea con un celo escrupuloso sin tener en cuenta sus finalidades. Eichmann
era un nazi convencido, un fanático. La racionalidad instrumental se mezclaba
en él con la visión hitleriana del mundo. Y afortunadamente hoy no nos
encontramos en la misma situación. La demagogia que sufrimos no tiene nada
que ver con el discurso nazi, ni con la puesta en marcha de una solución
final, cualquiera que sea. Pienso que lo que nos amenaza hoy de distintas
formas es la indiferenciación. Existe, como usted dice, el discurso LGBT, la
idea de que en el fondo nosotros podemos modelar actualmente nuestra
identidad según nos plazca, que ninguna diferencia es irreducible. Es un
discurso libertario que se apoya en la técnica. Y existe también su versión
economicista, según la cual en el fondo todos los hombres son intercambiables
y para compensar la flexión de la fecundidad en Europa basta con hacer venir
a trabajadores extranjeros. De lo que se trata hoy es de combatir este
vértigo de la indiferenciación en el cual estamos sumergidos
-Los que
hoy combaten contra la ideología, contra la instrumentalización total del
real sin ningún respeto hacia el dato, contra la tecnologización de la vida,
partiendo de la tecnologización del nacimiento se apoyan en la categoría del
acontecimiento. En su entrevista publicada en el catálogo de la exposición
del Meeting de Rimini sobre Péguy del año pasado, usted pone en guardia
contra el peligro de ver en el acontecimiento un valor. El acontecimiento no
debe ser visto como un valor. ¿Cuál es, entonces, el verdadero estatuto del
acontecimiento?
-El hecho
es que hay acontecimientos de todo tipo. Hay acontecimientos que son milagros
y hay acontecimientos que son monstruosos, funestos, catastróficos. Existe el
milagro y existe el desastre. No se puede practicar un culto de lo inesperado
sin preguntarse cuál es su contenido. Hay acontecimientos milagrosos como la
aparición de una gran obra de arte y otros que son una calamidad como la
aparición de Adolf Hitler. De hecho, en un sentido estricto Hitler es un
acontecimiento. Se podía prever todo, se podía prever la Segunda Guerra
Mundial después de la Primera. Grandes personalidades la habían previsto:
Keynes, a partir de las consecuencias económicas de la paz y, en Francia,
Jacques Bainville a partir de las consecuencias políticas de la paz. Escribió
que el tratado de Versalles anunciaba la guerra. Lo demostró claramente.
Pero, ¡nadie había previsto a Hitler! Fue totalmente imprevisible. Y es por
esto por lo que siempre se vuelve sobre el mismo tema, que se muestran continuamente
las imágenes de esa época preguntándose cómo fue posible, cómo pudo suceder.
Ha sido un acontecimiento puro. Puede haber acontecimientos horribles.
-Usted ha explicado la frase de Péguy «el padre es el verdadero aventurero de los tiempos modernos», subrayando que hoy el padre de familia es empujado a ocuparse del cambio tanto en la vida privada como en la vida social, a ser responsable en la vida del mundo, porque sabe que es responsable de la vida de las personas de su familia y quiere un mundo mejor para ellos. Usted ha dicho que «cuantos menos padres y maestros haya ejerciendo la autoridad, menos personas asumirán su responsabilidad frente al mundo y más aventureros, en el sentido negativo del término, habrá». ¿Cómo se pueden reconocer los verdaderos maestros y los verdaderos padres?
-Fundamentalmente,
hoy no nos animan a ser verdaderos maestros y verdaderos padres, porque la
idea misma de una responsabilidad hacia el mundo está en desuso. El valor que
hoy no se deja de honrar es el cambio y nos queremos convencer de que el
viejo mundo es un mundo de estereotipos, de prejuicios. No sé en Italia, pero
en Francia esto lo vemos, por ejemplo, en el rápido éxito que ha tenido la
teoría de género, que ahora se enseña en las escuelas. Se nos dice: ¿por qué
no deberían estudiarse las construcciones culturales que hay alrededor de lo
masculino y lo femenino? Pero la teoría de género hace algo completamente
distinto: habla de estereotipos e invita a los niños, que aún no han entrado
en el mundo, a reconstruir los estereotipos. Esto significa enseñarles, antes
de cualquier conocimiento del pasado, una relación de superioridad respecto
al pasado. ¿Cómo nos podemos sentir responsables de un pasado que únicamente
sería una superposición de errores y equivocaciones? El mundo, decía Hannah
Arendt, es necesariamente anterior a nosotros. Nosotros debemos mejorarlo,
pero al mismo tiempo tenemos que habitarlo y para habitarlo es necesario
poder responder y me parece que es precisamente este sentimiento de responsabilidad
el que se deshace ante nuestros ojos. La idolatría de la juventud es otro
síntoma de este abandono.
Traducción
de Helena Faccia Serrano.
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